Fui la sirena que vio caer la Atlántida, en pedazos de oro puro se fue hasta el fondo marino la ciudadela y sus campanas. Tuve que mirar aquel remolino y, en las pirámides que caían destruidas, estaba la sensación que me aprisionaba: no podía detener esa caída con la fuerza de mis manos y solo pude verla irse, perdiéndose para siempre, inevitable y perfecta profecía.
Soy el trigo que crece fecundo en el campo, bailando suave y acompasado con el viento. Naranja y amarillo, destinado a ser molido y recreado en alimento, enlazando pasado y futuro.
Soy la columna de huesos blancos y pulidos que dan soporte a Gaia y a la bóveda del sol. Erigida en mármol, altísima y labrada en manos del Gran arquitecto, soy la obra de arte del maestro.
Soy el nudo amoroso entre el cielo y la tierra, de su centro brota un hilo de luz que encuentra camino en mi corazón y en él se forma la unión de vibración solar y la música terrestre.
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