23/6/08
Jarabe de palo
Cómo quieres ser mi amiga
si por ti daría la vida,
si confundo tu sonrisa
por camelo si me miras.
Razón y piel, difìcil mezcla,
agua y sed, serio problema.
Cómo quieres ser mi amiga
si por ti me perdería,
si confundo tus caricias
por camelo si me mimas.
pasión y ley, difìcil mezcla,
agua y sed, serio problema…
Cuando uno tiene sed
pero el agua no está cerca,
cuando uno quiere beber
pero el agua no està cerca.
Qué hacer, tú lo sabes,
conservar la distancia,
renunciar a lo natural,
y dejar que el agua corra.
Cómo vas ser mi amiga
cuando esta carta recibas,
un mensaje hay entre líneas,
cómo quieres ser mi amiga.
Cuando uno tiene sed
pero el agua no está cerca,
cuando uno quiere beber
pero el agua no está cerca.
17/6/08
Espantapájaros 1.
“No sé; me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso si! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Está fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres… ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!… y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Que delicia la de tener una mujer tan ligera…, aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes… la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer a una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.”
Sr Oliverio Girondo
Está fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres… ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa! ¡María Luisa!… y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Que delicia la de tener una mujer tan ligera…, aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes… la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer a una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.”
Sr Oliverio Girondo
11/6/08
1/6/08
¿A qué sabe una despedida?
Una despedida...
Un buen adiós va a compañado de tres pedas y dos semanas de llorar. De comerse los recuerdos con un kilo de galletas marías y subir tres libras de no hacer nada.
Tumbarse al sillón hasta que le salgan pelos, escuchar veiticinco veces la misma canción y no bañarse. Tirar recuerdos, quemar peluches, aventar fotos y fingir que no importan. Claro, aventarlas donde sabemos que no se perderán.
Los adiós se sienten como una cruda encabronada, las que no se quitan hasta que echas todo lo que quedó dentro y, es hasta entonces, que ya puedes ver a luz sin entrecerrar los ojos.
Las despedidas saben al filtro del último cigarro de la cajetilla, a veces es al trago de cerveza caliente que no ibas a tirar. Se siente a palabras embarañas en la garganta, de esas que se atropellan y solo brotan las que no deberían decirse.
Para evitar estas situaciones, las despedidas no deberían llamarse así, quizá decirles antolias o fernadillas. Sería simpático decir -Deja me antolio de mi amigo- o -Que chido, ya viene tu fernadilla- Ya nadie sufriría por las antolias por que no serían despedidas, sino fernadillas.
Felices fernadillas.
Un buen adiós va a compañado de tres pedas y dos semanas de llorar. De comerse los recuerdos con un kilo de galletas marías y subir tres libras de no hacer nada.
Tumbarse al sillón hasta que le salgan pelos, escuchar veiticinco veces la misma canción y no bañarse. Tirar recuerdos, quemar peluches, aventar fotos y fingir que no importan. Claro, aventarlas donde sabemos que no se perderán.
Los adiós se sienten como una cruda encabronada, las que no se quitan hasta que echas todo lo que quedó dentro y, es hasta entonces, que ya puedes ver a luz sin entrecerrar los ojos.
Las despedidas saben al filtro del último cigarro de la cajetilla, a veces es al trago de cerveza caliente que no ibas a tirar. Se siente a palabras embarañas en la garganta, de esas que se atropellan y solo brotan las que no deberían decirse.
Para evitar estas situaciones, las despedidas no deberían llamarse así, quizá decirles antolias o fernadillas. Sería simpático decir -Deja me antolio de mi amigo- o -Que chido, ya viene tu fernadilla- Ya nadie sufriría por las antolias por que no serían despedidas, sino fernadillas.
Felices fernadillas.
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