Cuando nací se me hizo que el mundo era frío y por eso me gusta más el invierno. Creo que a los doce perdí al último amigo imaginario y desde entonces pienso que la gente me habla con letras muy grandes, el juego es esquivarlas y acomodarlas como más me gusten. (A veces no lo logro)
A los quince todo intento de ser abandonar el cuerpo larval fue demasiado tarde, la Naturaleza ya había hecho un monumento a la eterna infancia. Despues berrinches y miraditas coquetas hicimos las pases: Sería una fuente de signos en molde femenino.
Después de los diesiocho me hice dispersa, olvidadiza y divagué tratando de recordar dónde había dejado la risa colgada, no tenía luz. Un día sin más, volvió y se pegó al cuerpo donde quizo quedarse (A veces sonrío de espaldas) y la luz ya es mía (Iluminemos un poco)
A los veitiuno dividí los años que me quedan entre mariposas, gatos, letra y melodías. Y justo a los veintidos: el filo, el momento de despertar sensata y, abaratadas estas palabras con un vulgar final, dejan de brotar las letras de manos y pies.